“No
era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente...”.
Con estas palabras empieza El Capitán Alatriste, la historia de un soldado veterano
de los tercios de Flandes que malvive como espadachín a sueldo en el Madrid del
siglo XVII. Sus aventuras peligrosas y apasionantes nos sumergen sin aliento en
las intrigas de la Corte de una España corrupta y en decadencia, las emboscadas
en callejones oscuros entre el brillo de dos aceros, las tabernas donde
Francisco de Quevedo compone sonetos entre pendencias y botellas de vino, o los
corrales de comedias donde las representaciones de Lope de Vega terminan a
cuchilladas.
Si te empeñas, tú mismo puedes ser tan peligroso como
cualquiera que se cruce en tu camino. O más.
La verdadera patria de un hombre es su niñez.
A fe mía que gran verdad es esa. La pluma, Iñigo es más
rentable que la espada.
Los santos se salvan solos, mientras que a los pecadores
hay que ir a buscarlos donde se encuentran.
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