El título ya de por
sí es revelador.
Una catedral gótica y su proceso de construcción sirven de excusa para la
articulación de una historia que transcurre en la Edad Media, época de
caballeros y escuderos, pero con un contenido sin anacronismos, en el que se
entrecruzan sentimientos atemporales, como el odio, el amor, la venganza, o el
miedo.
El punto de partida es el ahorcamiento de un personaje extravagante, y
la maldición que su mujer perpetra a sus acusadores. Por otro lado, Tom, un
constructor, y su familia, comienzan un viaje sin retorno por los tortuosos
caminos de Inglaterra, tratando de encontrar trabajo. Tom aspira a participar
en la construcción de un edificio catedralicio, es su gran sueño. A partir de
ahí, se sucederá una cascada de acontecimientos, y nunca mejor dicho. No
tenemos ante nosotros un manual de construcción, sino un libro donde las
vivencias de los personajes ocupan un primer plano.
Una vez uno se adentra en la trama, no puede dejar de leer. Por su
tamaño (casi 1400 páginas) es imposible acabar este libro en una sentada. Pero
casi es de agradecer. Cada hoja de lectura supone un nuevo descubrimiento. Ken
Follet, el autor, como todo escritor de best-sellers que se precie, hace que
las acciones de los personajes se desarrollen a un ritmo rápido. No se pierde
en descripciones innecesarias, y consigue que para entender la página siguiente
sea imprescindible haber leído la anterior. Y esto, si ya de por sí es difícil
en cualquier novela, en una de gran extensión lo es aún más. Otras novelas de
Follet ("La Isla de las Tormentas", "El Valle de los
leones") tienen una temática muy distinta. Son novelas ensalzadas por el
márketing, de gran tirada, y rápida lectura. Lo que podríamos denominar como
"fast food" literario. Y lo arriesgado de su apuesta se compensa con
una historia que deja "un poco huérfano" al que culmina su lectura.
Los hechos históricos que rodean las circunstancias de los personajes
(el naufragio del White Ship, la guerra civil entre Maud y Henry o el asesinato
de Thomas Becket) sustentan la historia de ficción. Y así se revela el ingenio
del autor para entremezclar elementos reales e imaginarios.
La lectura del libro no constituye una dificultad añadida, lo que sin
duda ayuda a que la rapidez con que se termine sea mayor. Pero, a diferencia de
otras obras caracterizadas también por poseer un gran número de páginas, no hay
tramos aburridos en los que se esté deseando pasar a otros acontecimientos de la
novela. El interés se mantiene casi a lo largo de todo su desarrollo. El
resultado es una novela muy amena, enriquecedora y cautivadora. Un argumento
original, basado en un rompecabezas inteligente de personajes que no defraudan.
Intriga, historia, acción y amor. Una mezcla variada y efectiva.
Hace recapacitar sobre bastantes cosas. Como, por ejemplo, en que
cualquier tiempo pasado no fue mejor. La barbarie en la época medieval, tan
incivilizada y primitiva, era el pan nuestro de cada día. El sometimiento del
siervo a la prepotencia del señor es una sensación desconocida para los que
vivimos en pleno siglo XXI. Pero el escritor transmite esa idea a la
perfección. La identificación con los protagonistas es genuina. Si bien en la
actualidad, al menos dentro del mismo marco geográfico, no es posible encontrar
circunstancias legales de tamaña índole, las sensaciones y las reacciones de
los personajes frente a las injusticias que se suceden, son imperecederas: la
impotencia ante el sufrimiento de los seres queridos, el drama de una relación
imposible, la estupefacción ante la impunidad de las maniobras de los
poderosos, el amor y el erotismo, el dolor y la muerte.
El escritor de la novela no se preocupa por ceñir, a la manera de
otros, el vocabulario de los personajes a la época en que viven. Pero eso los
hace más cercanos. Es una historia de antes contada en la actualidad, como las
leyendas que se transmiten de generación en generación, y que se adaptan a las
nuevas formas de ser contadas.
Los héroes de la historia lo son por méritos propios, pero ya no por
llevar a cabo grandes gestas. Sobretodo, por superar el día a día, por
levantarse una y otra vez y sobreponerse a las dificultades. Por creer en una
vocación, religiosa o profesional. Por tener fe en un sentimiento, en una
persona, o en un ser superior. Y con la certeza de que se recoge lo que se
siembra. Cada uno de ellos, por muy diferente que sea su escala de valores, es
fiel a su objetivo. Los obstáculos, por insalvables que parezcan, no les hacen
desistir. Persisten. Luchan. Y... ¿logran lo que buscan? Eso ya no es lo
importante. Lo que cuenta es el modus operandi. Y lo que yo admiro.