El sargento Bevilacqua y
su compañera la cabo Chamorro, atípicos investigadores criminales de la Guardia
Civil, reciben un incómodo encargo. El asunto que les toca en suerte es un
asesinato ocurrido dos años atrás en la isla canaria de La Gomera; el muerto,
un joven de vida desordenada y carácter atolondrado. Por el crimen, en su día,
se juzgó y absolvió a un político local cuya hija adolescente andaba en
relaciones con la víctima. El caso ha estado en la vía muerta durante meses,
pero las altas conexiones de la madre del chico han forzado a reabrirlo.
Chamorro y Bevilacqua se encuentran con un crimen antiguo y muy pocas pistas
para resolverlo. Tras desplazarse a la isla, el cabo y el sargento, con la
colaboración no siempre entusiasta de los guardias que en su día cerraron el
caso en falso, se sumergen en la búsqueda de un asesino que parece haberse
desvanecido en la niebla del bosque donde apareció el cadáver.
Lorenzo Silva nos ofrece
la entrega más trepidante y ambiciosa de las andanzas del sargento Vila.
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El eje del libro gira en torno a esta reflexión final: “Aunque no tengo muchas
certezas, hay algo que mientras me alcancen las fuerzas trataré de honrar
siempre: la lealtad a quien soporta contigo, codo con codo, el barro y el polvo
de la misma trinchera. Uno nunca termina de saber si es justa o verdadera la
causa por la que lucha. Pero lo que está fuera de cuestión es la indignidad de
quien da la espalda al que tiene a su lado.
·
Ese límite en el que un hombre pacífico
deja de serlo para convertirse en un peligroso de impredecibles consecuencias.
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Ver truncarse vidas, por motivos
absurdos, despierta en uno una inevitable desconfianza hacia los semejantes,
pero también una necesidad incontrolable de proteger y alimentar a cada segundo
la ilusión de vivir.
·
La poesía no es incompatible con las
matemáticas. Lo que sucede es que la poesía de las matemáticas no está al
alcance de cualquiera.
·
Cuanto más corres menos tiempo vives. No
porque mueras antes, sino porque el tiempo pasa más rápido, y sobre todo, le
sacas menos provecho. El zapatero que trabaja deprisa hace más zapatos. Eso es
bueno para el que se los calza o los vende, pero no necesariamente para el
zapatero.
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Sobre aquello de lo que no se puede
hablar, hay que callar.
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Es propio de ignorantes creer que una
persona perturbada ha de ser estúpida.
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No hay hombre que pueda competir con una
mujer a la hora de despreciar o injuriar a otra mujer.
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El error más grande que han cometido los
parias a lo largo de la historia, ha sido confiar en los hijos de papá.
·
La educación tradicional, la del padre
déspota, causaba unos estropicios. Y la moderna, la del padre enrollado, causa
otros, que pueden ser igual de graves. Todos los padres creen que hacen lo
mejor, y todos acaban culpándose de los contratiempos que tengan los hijos. El
oficio de padre es algo antipático. Te toca poner límites, y a la vez, cuidar
de no cortarles las alas al polluelo.
·
Lo que puedo evitar lo evito. Lo que
tarde o temprano ha de pasar, que pase cuanto antes.
·
Para triunfar en política hay que tener
vocación de servicio público, hay que tener ideas. Pero solo con eso no se
llega a ninguna parte. Todos los que vea arriba tienen otra cosa: la ambición,
la determinación constante de realizarla y la falta de escrúpulos suficiente
como para apartar todo obstáculo que pueda estorbarles. Los que no tienen la
frialdad para deshacerse de cualquier lastre de ese tipo, no llegan.
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Hay hombres imbéciles y desalmados, lo
mismo que mujeres imbéciles y desalmadas. Ser mujer es mucho más difícil que
ser hombre. Dudo que eso se resuelva hasta que no haya conciencia de que las
servidumbres que se imponen a la mujer estén sostenidas no sólo por hombres,
sino también por mujeres. Y algunas de las peores, más por mujeres que por
hombres. Me niego a soportar la matraca del feminismo agresivo con su odio bobo
hacia el hombre en general. Las que me revientan son esas niñas pijas que
presumen de haberse liberado, cuando lo que las ha liberado es la chequera de
papá, que las protegió todo el tiempo que hizo falta, mientras otras tenían que
ponerse a dar el callo y salir por donde buenamente pudieran. En el fondo esas
listas desprecian a las domésticas y a las currantes, o sea, al noventa por
ciento. Si una mujer acaba siendo ama de casa o cajera de un hipermercado, y
sufriendo a un batracio que solo mira el futbol y ladra, es porque se lo
merece. Eso vienen a decir, adornadas con su bonito pañuelo de Hermés.
·
Una de las cosas que más odio de ser el
jefe es que a ti te toca pensar por dónde seguir cuando resulta obvio que el
callejón no tiene salida.
·
La muerte en sí mismo, no existe. Lo
verdaderamente temible es aquello que la muerte no se lleva; los vestigios que
quedan ahí para recordarnos, hasta el fin de nuestra memoria, que aquel que
murió estuvo con nosotros y ya no está.
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Un malvado no busca excusas. Hace daño y
se queda tan ancho.
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Quien pierde la vergüenza, ya no la
recobra nunca.