23 de mayo de 2015

038.-LA CIUDAD DE LOS PRODIGIOS. Eduardo Mendoza.



 LA CIUDAD DE LOS PRODIGIOS. Eduardo Mendoza. 
 Entre las dos Exposiciones Universales de Barcelona (1888 y 1929), con el telón de fondo de una ciudad tumultuosa, agitada y pintoresca, a un tiempo real y ficticia, ONOFRE BOUVILA, inmigrante paupérrimo, repartidor de propaganda anarquista y vendedor ambulante de crecepelo, asciende a la cima del poder financiero y delictivo.

            Un nuevo y singularísimo avatar de la novela picaresca y un brillante carrusel imaginativo de los mitos y fastos locales. Una fantasía satírica y lúdica cuyo sólido soporte realista inicial no excluye la fabulación libérrima. Uno de los títulos más personales y atractivos de la novela española contemporánea.



 Trataré de hacerlo lo mejor que pueda; al fin y al cabo, tan peligroso es hacerlo bien como hacerlo mal, y haciéndolo bien me gano la confianza de los unos y los otros. La idea de ganarse la confianza ajena sin dar a cambio la suya le parecía el colmo de la sabiduría.

            Se ofendía con facilidad, le llevaba la contraria por sistema y se empeñaba en tener siempre la razón, tres síntomas inequívocos de debilidad de carácter.

            Las personas son así: no quieren que se les diga lo que les desagrada oír; sólo quieren oír lo que les gusta, aun sabiendo que eso que oyen no es lo que piensa la gente.

            En su aversión al progreso la iglesia no estaba sola: la mayoría de los reyes y príncipes compartían este resquemor; veían en los cambios la grieta por la que había de colarse la subversión de todos los principios, el heraldo que anunciaba el fin de su era.

            Solo los insensatos cortan sus raíces definitivamente.

            De las decisiones absurdas se siguen siempre resultados fatales.

            Estos pequeños grupos, integrados por aristócratas, terratenientes y algunos elementos del Ejército y el Clero ejercían sobre la vida política de la nación una influencia decisiva  de carácter inverso: no intervenían en nada, salvo para impedir que se produjeran cambios; se limitaban  a dejar constancia de su existencia y a prevenir a la opinión pública de lo que podría suceder (algo trágico) si su inmovilismo a ultranza era contrariado.

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